DE LOS INFEROS

CANTA ORFEO
Canta, Orfeo, los azares remotos, las incertidumbres
al borde de acantilados desconocidos. Canta
las encrucijadas del amor, el tejido huraño
de los días antiguos y casi imposibles, tejido que se desovilló
sangrando, y dibujó su rostro
como una profecía inexorable. Canta los conjuros
de la noche donde se reunieron las aguas del sueño
las aguas que te arrojaron a la luz
fuera de tu recinto preferido, a la luz despiadada
del desierto, a la intemperie de los ríos
que se despeñan de nuevo en el mar. Canta, Orfeo
canta el nacimiento, el parto numinoso
de este rostro de arena, de estos ojos ávidos
de olvido, de estas manos temblorosas
bajo esas estrellas inconcebibles. Canta la gesta
dolorosa del hombre como si recordaras
una legendaria posibilidad, como
si te fueran a escuchar los pájaros atroces
los peces silenciosos, las bestias de la demencia.
Canta tu canción más bella y triste, tú
dios ciego y errante, testigo de aquellas lunas
de aquellos soles, de aquellos ensangrentados
crepúsculos, donde la espada se enterró
en la arena y nació un árbol, con dolor
y nació un árbol llorando hacia la noche.
DISCURSO DEL PELICANO
variando siempre las antiguas palabras
Cavafis
La monotonía de ser dios
El mismo ágora – siempre
La expectativa en los sacrificios – inútil
El torpe muñeco absorto
Aspera viruta de un ángel destronado
Y el amor – esa lluvia – qué desasosiego
La tierra – un circo – y el universo – un carnaval
Ah, ser pobre es ser dios, y ser efímero – siempre
Y toda madre, María. Y todo hijo, Jesús
La mediación y la promesa – un pantano
Del labio pende un hilo de baba nauseabundo
Qué extraña esa errante criatura insondable
Al cabo tan patética, tan previsible siempre
Les di el olvido y la fugacidad
La huidiza palabra y la cerrada intemperie
El terror de estar vivo y la inconcebible muerte
Sus cuerpos ahítos de materia perecedera
Y un alma tan turbia, tan ambiguamente solitaria
Pero cantan – ángeles en el estercolero
(el gimnasta y la hetaira, el poeta y el bárbaro):
Somos la imagen y no la semejanza
Ah, la monotonía de ser dios
Porque todo hombre es un pordiosero
Un ávido mercader, un ángel putrefacto
El silencio y la noche, sus ínsulas extrañas
Y variando siempre las antiguas palabras
Agosto de 1994

EL AFUERA
mirando a orillas del río
como temblaban las yerbas
Zenea
El afuera áspero o idílico,
El detalle grosero, incomprensible, huraño
Y lo bello monótono, menesteroso, plúmbeo
Ah, lo Exterior, inapresable, ajeno!
Rostros opacos ahítos de salvaje caducidad
Superficies estériles castigadas de furioso deseo
Máscaras, simulacros, espejismos, disfraces
¿Lo Exterior es lo Real?
¿Lo Real es lo camuflado perfecto?
Visiones hipócritas, distancias irrecorribles, umbrales intraspasables
Abismo descomunal entre el ojo y lo mirado
Lo Natural indiferente (¡ah, Feijóo!)
O con desdén. ¿Sin piedad?
La mano, la mirada, temblorosa, ávida
Siluetas, sombras, fantasmas, evaporaciones
Vientos, nubes o ríos. Sueños, luces, espejos
Lo turbio. Lo lujurioso, lo arduo ¿son lo Real?
¿Lo putrefacto es lo Real?
¿De dónde mana el Esplendor?
¿El Esplendor es el ojo fatigado?
Cuánto fervor. ¿Inútil?
Qué furiosa serenidad en ese atardecer
Cuánta expectativa ahogada en esa voz
Qué enorme cataclismo tras esos ojos en vilo
Ah, Rilke, cuánta nostalgia de lo irrecuperable en esa ruina!
La visión arenosa del mediodía
La siesta como una derrota
La noche como la caverna legendaria
El frío -¿lo frío?- como un Dios…
Desfile de carrozas, menesterosidad.
8 de marzo de 1997

Cueva en El Moro (EUA), camino a los Ínferos…