SUEÑO DE GLORIA
Apoteosis de Gustavo Moreau
Sombra glacial de bordes argentados
enlutan la extensión del firmamento,
donde vagan los discos apagados
de los astros nocturnos. Duerme el viento
entre las ondas del Cedrón plomizas
que hasta el sombrío Josafat descienden
como a un foso inundado de cenizas,
y en rápida carrera luego ascienden,
salpicando las rocas erizadas
en que, lanzando pavorosas quejas,
llegan, por las tinieblas ahuyentadas,
entreabriendo sus alas, las cornejas.
De mortecina luz a los reflejos
que clarean el lóbrego horizonte,
Jerusalén destácase a lo lejos,
dormida al pie del solitario Monte
de los Olivos. Ramas erigidas
en la aspereza de sus firmes flancos,
parecen lanzas de metal hundidas
en cuerpos que a sus áridos barrancos
tintos en sangre fueron. Mortal frío
del valle solitario se evapora,
el bosque ostenta fúnebre atavío,
siente el mundo nostalgia de la aurora,
silencio aterrador el aire puebla
y semeja la bóveda del cielo,
encresponada de hórrida tiniebla,
un palio de sombrío terciopelo.
Chispas brillantes, como perlas de oro,
enciéndense en la gélida negrura
de la celeste inmensidad. Sonoro
rumor de alas de nítida blancura
óyese resonar en el espacio
que se vela de nubes coloreadas
de nácar, de granate, de topacio
y amatista. De estrellas coronadas
las sienes, y la rubia cabellera
esparcida en las vestes azuladas,
como flores de extraña primavera,
legiones de rosados serafines,
con el clarín de plata entre las manos,
anuncian, de la Tierra en los confines,
el juicio universal de los humanos.
Tras ellos, entre las brumas opalinas
de matinal crepúsculo radioso,
como un ídolo antiguo sobre ruinas,
divino, patriarcal y esplendoroso,
asoma el Creador. Nimbo fulgente,
cuajado de brillantes y rubíes,
luz proyecta en el mármol de su frente;
dalmática de pliegues carmesíes
rameados de oro, envuelve sus espaldas;
haz de luces agita entre la diestra
y chispea erigido en su siniestra
áureo globo, esmaltado de esmeraldas,
perlas, zafiros y ópalos. Irisa
el haz la seda de su barba cana,
vaga en sus labios paternal sonrisa,
brilla en sus ojos la piedad cristiana
y parece, flotando en la serena
atmósfera de luz que lo corona,
más que el Dios iracundo que condena,
el Dios munificente que perdona.
Al son de los clarines celestiales
dilatado en los ámbitos del mundo,
álzanse de sus lechos sepulcrales
como visiones de entre lodo inmundo,
revestidos de formas corporales,
los míseros humanos. Se respira
de Josafat en el espacio inmenso
acre olor de sepulcros, y se mira
revolotear en el ambiente denso
enjambre zumbador de verdes moscas
que, cual fúlgidas chispas de metales,
surgen del fondo de las tumbas hoscas,
donde, bajo las capas terrenales
en que está la materia amortajada,
del gusano cruel bajo los besos
atónita descubre la mirada
la blancura amarilla de los huesos.
Bajo el dosel de verdinegro olivo
que al brillo de la luz se tornasola,
bella y sombría, con el rostro altivo
tornado a los mortales, brilla sola
entre la flor de la belleza humana,
Elena, la cruenta soberana
de la inmortal Ilión. A los destellos
deslumbradores de la luz celeste,
fórmanle, destrenzados, los cabellos
de gasa de oro esplendorosa veste
que esparce por sus hombros sonrosados
para cubrir su desnudez. Deshoja
nívea flor en sus dedos nacarados,
y al viento vagabundo luego arroja
sus pétalos fragantes.
Cerca de ella
aparece del valle en la pendiente
la figura grandiosa, sacra y bella
del divino Moreau. Muestra en la frente
el lauro de los genios triunfadores,
baña su rostro angélica dulzura
y brilla en su mirada la ternura
del alma de los santos soñadores.
Elena, al contemplar la faz augusta
del genio colosal, baja los ojos,
plácida torna su mirada adusta,
colorean su tez matices rojos,
intensa conmoción su seno agita,
arde la sangre en sus azules venas,
el amor en su alma resucita,
y olvidando la imagen de las penas
que le están por sus culpas reservadas
del valle tumultuoso en el proscenio,
húmedas por el llanto las mejillas,
balbucea, postrada de rodillas,
frases de amor ante los pies del Genio.
Dios, al mirar desde el azul del cielo,
la Belleza del Genio enamorada,
sus culpas olvidó, sació su anhelo
y, rozando los límites del suelo,
descendió a bendecir la unión sagrada.
Oscurece. Celajes enlutados
tapizan el azul del firmamento
y, cual fragantes lirios enlazados,
por la región magnífica del viento
ascienden los eternos desposados
a olvidar sus miserias terrenales
donde las almas sin cansancios aman,
bañadas de fulgores siderales,
y el ambiente lumínico embalsaman
las flores de jardines celestiales.
IX – JÚPITER Y EUROPA
En la playa fenicia, a las boreales
radiaciones del astro matutino,
surgió Europa del piélago marino,
envuelta de la espuma en los cendales.
Júpiter, tras los ásperos breñales,
acéchala a la orilla del camino
y, elevando su cuerpo alabastrino,
intérnanse entre oscuros chaparrales.
Mientras al borde de la ruta larga
alza la plebe su clamor sonoro,
mirándola surgir de la onda amarga,
desnuda va sobre su blanco toro
que, enardecido por la amante carga,
erige hacia el azul los cuernos de oro.
X – HÉRCULES Y LAS ESTINFÁLIDES
Rosada claridad de luz febea
baña el cielo de Arcadia. Entre gigantes
rocas negras de picos fulgurantes,
el dormido Estinfalo centellea.
Desde abrupto peñasco que azulea,
Hércules, con miradas fulminantes,
el níveo casco de álamos humeantes
y la piel del león de la Nemea,
apoya el arco en el robusto pecho,
y las candentes flechas desprendidas
rápidas vuelan a las verdes frondas,
hasta que mira en su viril despecho
caer las Estinfálides heridas,
goteando sangre en las planteadas ondas.