Un balbuceo
En ese charco, tras ese muro
de agua sucia, en entusiasmo
glandular y ridículo, confundíamos
poesía y pobreza.
Más pobres que poetas, más perdidos
que pobres diablos. En teatro de vida.
Donde la historia había desertado
reciclada en materiales más
perecederos.
Por más que habláramos
condenados a la afasia:
un balbuceo inaudible
para la gentuza de palacio.
Después de muerto
A Julio Ramos
En avícola granja de Isla de Pinos
donde por mal comportamiento
te destinaron –oh música mala–
las gallinas cacareaban tu nombre
al amanecer
Oh Nicolás
Oh Nicolás
Oh Nicol
hazzz
Y se quedaban tan panchas
Por eso te dio por quemar(las)
con querosene del que engorda
el pico
Te desquiciaron, sí,
te demolieron, sin miramiento
–tramoyistas, simples asistentes,
gente de cine, en fin, los blanqui-
renegridos
enfermeros de Mazorra
Solo el sol matérico picando duro,
sonando seco sobre los del baile,
cegando (a los deslumbrados
metalúrgicos)
redime un
tan
Aunque mirar(lo)
de frente
nadie pueda
(La Rochefoucauld)
Sol extensible de un cabo al otro
de la Rampa hasta Buey Arriba
hasta el Tao (sic) y la Liga
contra la Ceguera
Sol portátil sobre los “umbracos”
en la ciudad invadida de café y paja
el año de la Gran Derrota
A la propaganda opusiste
la vieja publicidad, ironía y orgullo
a destiempo con lo que se volvía
más que nunca
cuestión de Estado
Pero ya suena el cencerro
y el punzón
en la lápida
Que no hay sintaxis ¡no!
como no hubo sino un regreso
tardo al Moloch (de la Barba)
escoltado (aún) por la tonada boba
que casi lo deja
lampiño
Captaste el movimiento del gentío:
baile rápido para conjurar la milicia
y lento, para calar cuán enfermo
estamos
Eros así, jamás se bailó
Por si te quieres
por el pico
divertir
Ejecución
En campo abierto. Por delante,
en el extremo inferior derecho,
un sacerdote. Y entre las tablas,
a lo lejos, unos pocos soldados
apostados.
Altura del armatoste: 2.10 metros.
Escalerilla con barandas: 8 escalones.
Atados de tronco, manos y pies: 5 reos.
Cada uno en su banquillo adosado a un saliente
del grosor de las patas del patíbulo.
Endosan ya las capuchas negras.
Detrás conversan el verdugo y su ayudante.
Tal vez intercambian instrucciones. Visten
de blanco y llevan sobreros de yarey.
El collarín esplende en los cuellos.
Se ve que irán de dos en dos,
de derecha a izquierda,
según se mire.
Debajo de la tarima, un barril y un perro.
Y encima el cielo, y picos
y barrancos.
Mar muerto
Acarreamos cadáveres chinos ya sine materia
más ópalo que espectros colgando
cabezas olvidadas en latas de pintura
ciegos a los que un rayo partía en dos
gemelos ahogados en las pocetas
beneméritos jueces fusilados
a toda carrera
Sin contar lechones vestidos de enfermeros
que burlaban el hinterland
(eran los nuevos inspectores)
Todo eso acarreamos: al bicho del tabaco
inoculando el pie atávico de la poesía
al guano del murciélago (cruza de oruga
y flor carnívora) y al aura (el aura
prometida) del subdesarrollo
planeando sobre el purísimo
mar muerto
Dialecto polaco
Íbamos Prado abajo
uno de esos años sin pulimento
había entrado un frente
ramas partidas
puercos en las calles
tanques de agua
alcantarillas
y hablábamos
(por supuesto)
de literatura
¿De qué íbamos a hablar?
No que no hubiera noche
ni bibliotecas semiluminadas
ni redacciones clandestinas
ni (aún) aquí y allá
dispersas bujías
de entusiasmo
sino que ya no había cómo
ni dónde: el hambre la alimenta
aunque puede destruirla
trocar ayuno en visiones
(borrosas) en malas
metáforas
Te detuviste donde debías remontar
tu conversación sobre W. C. Williams
y la importancia de nuestras madres
pisando el pedal de la locura
un dialecto polaco
mudez doméstica que
al menos él
pudo traducir
Yo seguí solo o de largo
fantasma entre pedestales
ciego con su carbón apagado
en busca de albúmina
que ya no puede mirarse
en los charcos
ni detenerse a pensar
sobre las ramas.
Señor en Faro
Embajador tal vez de una república africana:
todo un dignatario
Le traían el pescado a la mesa
para que escogiera
Echaba un vistazo (alífero)
y volvía el cuello
a su lugar
En esa su posición
política
no miró a izquierdas
ni derechas
en tanto los parroquianos
engullían
Abstraído en el mantel a cuadros
blanco y carmesí
absorto
solo lo distrajo
el pez
y aun así
no se dignó
a mirar
Al menos no lo sorprendimos
Su deferencia era la de los cormoranes
El gol
El cura futbolista de Masats, sí vuela.
No como el soldado de Deineka
que parece atrapado; él sí para el balón
pese al lastre: la sotana de una España
todavía negra. Nunca voló tan ágil
un portero, ni echó balón fuera
mano tan erizada.
En Deineka, es la promesa del Komsomol;
aquí la historia en pie de nieve,
y hasta hay un cierto desparpajo
en ese párroco, en pompa
de desarrollo. Su sombra casi agorera,
mientras el otro es todo meta,
plan incumplido. Y, sin embargo,
nunca peligró tanto un vuelo. Es ahora
que va entrando el balón.
Estos poemas pertenecen a diferentes secciones del cuaderno inédito Carrer d’Hartzenbusch.